Dos cuentos instantaneos
Jadeos en la noche
Todo estaba oscuro, y el silencio nocturno solo estaba roto por el ocasionar susurro de las hojas producido por la leve brisa, y por un jadeo constante y periódico.
Los búhos miraban de lado a lado, buscando su origen.
Algunas serpientes nadaban placidamente en los charcos recientemente formados, ocasionalmente siendo víctimas de alguna sigilosa mangosta que, como si sus garras fueran un tenedor, las atravesaban sin piedad y las llevaban a su boca.
Los murciélagos, mas activos y cómodos en la noche, seguían el sonido de los jadeos, hasta llegar a su origen.
Alto, negro, y en sus manos un grueso tronco, sostenido por sobre su cabeza. A intervalos regulares, el tronco bajaba a gran velocidad, acompañado por un jadeo del negro, y golpeaba a una masa de carne, sangre y huesos que alguna vez fue un ser humano.
Los murciélagos no se sorprendieron de su locura.
Los búhos ni siquiera se inmutaron.
Las serpientes siguieron nadando en los charcos de sangre.
La mangosta ya estaba satisfecha, y durmió placidamente el resto de la noche.
Persecución
Corrió, corrió, corrió, corrió, le dispararon, pero siguió corriendo, con una mano se cubría la herida, y mientras seguía corriendo no paraba de putear.
Unas personas intentaron detenerlo, pero de un empujón las mando a la calle: que los autos se encargaran de ellas, porque el tenia que seguir corriendo, y eso hizo, corrió, corrió, corrió, pero al final lo atraparon.
Con una expresión de terror, opto por volarse la cabeza de un tiro.
Nunca nadie sabra que crimen había cometido, tal vez ninguno, pero entonces, ¿para que corría?
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